sábado, 3 de mayo de 2008

Motocicleta


Salón VIP de un boliche cordobés. Sábado, 4 AM. La chica, flamante egresada de la secundaria y escorada por tanto vodka con Speed , jura que es su primera vez. Que nunca jamás pensó que se iba a ver así, “tan groupie”, babeándose por el más mínimo roce de un famoso. “Te vi hablando con ellos... Dale, ¿no me podés presentar a Adrián o a algún otro de los Baba?”, ruega. ¿Para qué? “Para darles un beso, y que me den una firma para mi tío, que es fanático mal de ellos, y desde siempre. Yo, te digo la verdad, recién los conocí con Estoy mirando a tu novia y qué , hace poco”, dice ella (pongamos que se llama Luz). Pide “porfi” y uno, que una vez adolesció y fue tímido, hace lo que puede por verla feliz.

Diego Rodríguez –guitarrista– le charla un rato, y le ofrenda un autógrafo.
Adrián Dárgelos –líder de la banda, voz cantante– habla menos pero firma con dedicatoria. Ya está. Luz se corre de la escena, pero aún no se va. A Dárgelos se lo ve cansado: la noche fue larga, y a los 36 tal vez ya no esté para trotes de madrugada. Se recuesta en un sillón y pregunta qué nos pareció el show, el primero en el que tocaron Anoche , su último disco. Muy bueno, pero se lo notó algo distante y parco. ¿No está demasiado lejos de la gente? No manipulo. No me planteo qué le pasa al público ni me pregunto cómo será. Yo planteo una épica con la música, y la gente que nos ve tiene una catarsis, pero al fin y al cabo es entretenimiento. No quiero ser un manipulador de masas ni una estrella. Por eso ni siquiera hablo de mi vida...

Pero a la señora que tiene una hija fanática de tu banda le puede interesar saber quién es ese ídolo.
Ellas saben que somos los compositores de las canciones que les gustan a sus hijos. Nuestras canciones han llegado a muchos lados sin que nadie sepa quién las hace, y es muy bueno que ahora nuestra música llegue hasta las amas de casa. Hoy tenemos una popularidad que no nos imaginábamos que íbamos a tener. (En un punto, tiene razón. Todos conocen a los Babasónicos aunque jamás les hayan visto la cara. Si no los escucharon en una publicidad de cerveza, se cansaron de oír sus canciones en cortinas de novelas y/o en ringtones para celulares.) Diego Tuñón, tecladista del grupo, pasa y pregunta cómo se vio el show desde la platea. Se alegra cuando se le dice que sonó bien, y que las canciones nuevas parecen haber gustado. “Es que un disco es algo muy importante porque queda para siempre. Está bueno que guste, porque cuesta mucho encontrarle el lado de la no obsesión y a la vez tiene que ser fresco, espontáneo… Si no, pasa lo que le pasa al Indio Solari: ahora que se puso perfeccionista hace peores discos. No es bueno creer que uno ya llegó a la sabiduría.”

A ustedes les va cada vez mejor: tal vez tengan la fórmula del éxito.
Creíamos que la teníamos cuando hicimos el primer disco. Pensábamos que íbamos a romper todo, y tardamos en entender que no dependía de nosotros... Pero de eso hablemos mañana, mejor. Saluda y se va, gaseosa en mano. El show ya es historia, y luce relajado. “¿Es el novio de Sofía Gala, no?”, pregunta Luz, la cazafamosos. Se le dice que sí, y lo persigue. Ya no precisa intermediario.

Estilo y gran provocación
Horas después, en el hotel King David –moderno y desangelado, en el casco histórico de La Docta –, tres de los Babasónicos matizarán la tarde jugando el juego que peor juegan y menos les gusta: hablar con la prensa.
Como Adrián Dárgelos viene con el despertar desfasado, a Diego Tuñón y Gabo Manelli –bajista– les toca en suerte hablar de los comienzos de la banda, allá en Lanús y quince años atrás. “Estábamos muy excitados de ver que podíamos hacer música; sentíamos que el mundo nos necesitaba, que todo estaba muy aburrido. De golpe nos dimos cuenta de que la calle necesitaba ese cambio más que el medio, que es conservador. La calle nos decía que hacía falta una banda como la nuestra: sin haber sacado ni un disco, sin sonar en las radios, ya metíamos mil personas por show”, recuerda Tuñón.

Arrancaban los noventa cuando los ex Rosas del Diluvio se rebautizaron en honor a Sai Baba y Los Supersónicos. Vestían raro –ropa de segunda mano, pero con lentejuelas y profusión de brillos–, hacían música decididamente pop, cultivaban una androginia poco común en el sur del Gran Buenos Aires. De entrada nomás, dividían aguas: amados u odiados sin punto medio, llamaban la atención de fans y enemigos. Pasto , su primer disco, no fue pasión de multitudes pero ya tenía el germen de la imaginería babasónica: boleros sónicos, letras sensuales y una puesta en escena kitsch. A mediados de los noventa, el grupo ya era parte del paisaje festivalero; al álbum debut le habían seguido Trance Zomba y Dopádromo , dos discos que doblaban la apuesta a favor del glamour made in Lanús.

“Sabíamos que teníamos que conmover. Hay bandas que hacen culto a estar impecables, y nosotros hacíamos lo contrario. Queríamos crear un espacio surreal, hipnotizar con música –sigue Tuñón–. Si íbamos a tocar a Die Schule, que era un lugar de mierda, lleno de cucarachas, lo ambientábamos como un lugar fantástico. Repartíamos anteojitos de 3D, teníamos un compromiso con lo surreal y ya de entrada teníamos claro qué queríamos ser: un oasis de placer.”
Tocaron más y más. Grabaron discos y discos; el cuarto, Babasónica (del 97), lo grabaron en Nueva York. Telonearon a U2 en River, ascendieron de a poco la cuesta de la popularidad. Con el fin de siglo, editaron Miami , álbum que les dio una muestra gratis de la masividad que luego les llegaría. “Lo más importante es que siempre seguimos juntos a pesar de que los seis tenemos contradicciones muy grandes, peleas terribles... No entendemos cómo nos bancamos, pero nos seguimos eligiendo y resulta que todo es mejor con los demás. Sonamos mejor, tenemos mejores ideas, y siempre queremos hacer un disco más”, resume Gabo . “Y lo peor fue cuando nos empezó a ir muchísimo mejor –acota Tuñón–. Tres años atrás yo estaba asustadísimo porque nos había ido muy bien con Jessico y era difícil superarlo, pero lo conseguimos con Infame , al que le fue todavía mejor.” Es que el éxito, se sabe, suele ser más difícil de surfear que el fracaso.

¿Llegaron a un techo?
La vida no tiene techos; las casas tienen techos. Ya nos fue mejor y nos fue peor y no sé si eso nos importa. Tal vez la banda tenga que separarse pronto; tal vez no... En quince años siempre crecimos, y eso es lo bueno… Lo que el medio diga, haga, acepte o deje de aceptar no nos importa en definitiva.

¿Pensó alguna vez que ahora lo ven chicos que recién nacían cuando ustedes empezaron?
Supongo que nuestro público se va renovando, pero no lo sé, aunque es cierto que había gente que nos seguía a todos lados que ya no se ve tanto. Igual, para mí lo más importante es no tener relación con el público.

Esa distancia no es usual dentro del rock. ¿No será arrogancia? Es que no aplicamos a la idea de rock tradicional; no somos arengadores. Tratamos de poner a la gente en contra para después hipnotizarlos con música. La demagogia es una trampa: si yo te trato bien desde el discurso pero no lo hago con la música, es una falta de respeto. Para mí, el peor acto de arrogancia es el de Charly García, que cree que se tira un pedo y es un genio. La gente paga para ver su show y el boludo pone el codo en el teclado, dice Aaahhh y nada más. Abraza a todos los del público, pero no les da nada. Gabo Manelli, hombre de poquísimas palabras –típico en un bajista –, refuerza la idea: “No sólo no comulgamos con esa postura de la banda que interactúa con el público, sino que no nos interesa para nada. A la gente hay que desorientarla, sorprenderla, darle una fantasía, sacarla de sí misma... No queremos representar al público que nos sigue, no nos interesa”.

Están en la otra vereda respecto al rock barrial, que pregona “somos los mismos de siempre” o “somos igual que los que nos siguen”.
Los públicos son diversos. Tienen que ver con la situación social y con lo que pasa en la sociedad en este momento. Las diferencias en el público tienen que ver con tantas cosas... hasta con las drogas que se consumen. Adrián Dárgelos pasa. Saluda y se va en busca de un té. Dice que volverá en breve. Gabo calla para siempre, y Tuñón hablará sobre el tema imposible de gambetear.
No los escuché opinar sobre Cromañón. ¿Por qué? Sé que Omar Chabán era el dueño de Die Schule y les dio una oportunidad...
No es por eso. Me parece que es una tragedia muy grande para emitir palabra. No sé si la persona más inteligente del mundo puede emitir un fallo racional que pueda abarcar todos los aspectos de semejante desastre. Me parece que si se abre la boca se hiere a un montón de gente que lamentablemente ha quedado involucrada; por cada muerto o herido hay diez o quince personas como mínimo que pueden molestarse… Lo único que está claro es que este es uno de los problemas a los que nos vamos a enfrentar por culpa del desmedro cultural y el abandono que la Argentina sufre. Cromañón es una pequeña muestra de a lo que vamos a tener que estar acostumbrados. Ves lo que pasó en la estación de Haedo hace poco, el caos de la Cumbre de Mar del Plata... Pasan cosas que son el resultado de la falta de organización civil y social. Hay generaciones de chicos abandonados, sin escuela. Le tocó al rock como le podría haber tocado a cualquiera, y en cualquier lado. No nos olvidemos que ya se incendió Kheyvis y que hubo miles de situaciones. Te juro que si pudiera cambiar algo con mi opinión, la diría. Si no, es tirar más basura. Y menos con Cromañón; no puedo opinar sobre la tristeza de tanta gente, sobre tanta irresponsabilidad. Pongas el enfoque que pongas, vas a ver culpables. Es de tal magnitud. Hay un gran cotorreo y ni siquiera veo que empiecen a verse soluciones.
Bueno, pero no son tan apolíticos como se podía pensar.
La nuestra es al fin una posición política. Que no somos apolíticos quedó demostrado de sobra: el disco Miami , por ejemplo, era un relato político, hablaba de la pelotudez del menemismo. No somos obvios, sino que lo hacemos desde la fantasía porque lo que los Babasónicos queremos es que el público se abstraiga de la realidad. Para la realidad están los medios. Ya demasiada paranoia y comentario hay. Tenemos que tener una posición más independiente.

Hablando de independencia, ¿cómo negocian con una multinacional? Ahora están con Universal.
Nosotros empezamos nuestra carrera en una discográfica grande, así que sabemos cómo es el juego. Los tipos siguen sin saber mucho de música, pero no nos joden. La verdad es que nunca tuvimos problemas; cuando arrancamos, en Sony, no entendían lo que hacíamos pero nos dejaban hacer. El gerente escuchaba el disco y no entendía, pero no jodía. Ahora necesitábamos una estructura un poco más grande, de más alcance a nivel regional. Necesitábamos otro tipo de inversión de capitales porque nuestros discos ya se editan en otros lados.

Tanto éxito, ¿no hizo que se aburguesaran un poco?
Ey, estamos en la Argentina; no somos ricos ni en pedo. Hasta hace poco cuatro de nosotros vivíamos juntos en la casa en la que ensayábamos, y yo viví con cien pesos por mes durante un montón de años para no tener que buscar otro trabajo.
Cerca de la revolución

Al fin, Dárgelos se hace presente. Luce relajado, una barbita de dos días disimula la papada incipiente (la buena vida y sus efectos colaterales). No está dormido, pero tampoco tan despierto. Para no agitar las aguas –o al menos, para no hacerlo de movida–, repasamos sus comienzos, allá lejos y hace tiempo. Dice que, aunque no lo sabía, cuando dejó su apellido (Rodríguez) y lo cambió por Dárgelos, estaba mutando en otro. “Yo compuse un personaje para representarlo y de a poco me fui convirtiendo en él. Hace 19 años no sabía que iba a ser lo que soy, un performer . Era lo único que podía hacer, aunque nadie quería que yo fuera eso.”

¿Quién no quería? ¿Sus padres?
Sí, estaba solo en mi voluntad. A mi familia no le interesaba que yo fuera compositor de música. La gente de la clase trabajadora no quiere que su hijo sea un lumpen; quieren que su hijo sea productivo… y yo sólo tendía a ser lumpen. Después de años me fui transformando en un performer. Y me di cuenta de que es una de las satisfacciones más grandes.

(Unas horas atrás, tuvo que cantar ante 8 mil fanáticos. ¿Cómo será subir a escena para presentar canciones nuevas? ¿Lo masacrarán los nervios durante la previa? Es la pregunta más simple de la Vía Láctea, pero Dárgelos medita unos segundos y responde al estilo Bielsa –Marcelo–: con un intríngulis de esos que obligan al receptor a forzar las neuronas.)

“Subir al escenario es un fluir de la situación en el que se da el encuentro de cosas no esperadas, y al resolver la vicisitud nace el rock. Ahora que lo pienso, el rock es esa capacidad de resolver la vicisitud en el instante. ¿Te diste cuenta de que en inglés la palabra vicisitud es muy corta? Se dice odds ”, desasna. (Dárgelos no sólo habla en difícil, sino que es bilingüe. No es una pose: es así el hombre, que sigue hablando del tema.)

Hay días en los que subo al escenario con dolor de panza, pero al toque bloqueo todos los sistemas de dolor. Si fumaste porro, pisás el escenario y ya no estás fumado… Hay muy pocas drogas a las que le dura el efecto ahí arriba. Estuve doblado en Tilcara, desmayado por la altura, y subía al escenario y estaba perfecto. Es el cuerpo el que hace el show”, dice. (Micrófono en mano, Dárgelos es el colmo de la vitalidad. Salta, corre, trepa y se contorsiona; hasta juega a ser un sex symbol aunque el físico ya no acompañe. Pero no suele mirar al público a los ojos: él está en su mundo privado.)

¿Para quién escribe canciones?
Para contarme a mí, o para contárselas a una persona específica. En mi fantasía puedo pensar que es para alguien, pero en realidad no me atrevo a mostrárselas a nadie. Más que sobre una vivencia personal, escribo sobre fantasías. Lo genial del que escribe es que haya acumulado experiencia, esa experiencia que se puede llamar vida. Te tienen que pasar cosas antes para tener una escala de impacto, conocer distintos niveles de necesidad. Es parecido a lo que alguna vez dijo Krishnamurti: que los que gobiernan deberían entender los distintos niveles de necesidad para gobernar. De algo de eso habla Emanuel Kant en…

Ahora me cita a Kant y después se pone a escribir: “Cómanse a besos esta noche”. ¿Será ese uno de los famosos imperativosmorales de los que hablaba Kant?
No cité a Kant; iba a tirar una idea kantiana. A mí Kant mucho no me gusta.
A mí, menos. Fue el primer filósofo profesional, lo que es casi una contradicción.
Lo que pasa es que los filósofos son los lacayos mejor pagos de la burguesía. Y eso lo dijo uno de ellos, Althusser o Gramsci… Ah, no: creo que lo dijo Benjamin. (“Louis Althusser: filósofo francés marxista; Antonio Gramsci, pensador italiano que fundó el Partido Comunista en su país; Walter Benjamin: filósofo alemán…”. Para hablar con Dárgelos, hijo mayor de un diariero de Lanús y autodidacta voraz, mejor tener un título summa cum laude en Filosofía, o un diccionario. ¿Y si volvemos al planeta Tierra?)

Para alguien con tantas lecturas metafísicas, ¿no es complicado escribir canciones basadas en la experiencia física directa?
No están basadas en la experiencia física, al menos en este último disco. Uno manipula las letras. Aunque sean muchas canciones en primera persona, todas son de personas distintas. En ese espacio temporal impreciso se suscita este mundo caótico de experiencias impares. No todas las letras hablan de encuentros amorosos: El colmo encuentra un nivel de impunidad interesante (dice “quiero ser el murmullo de una ciudad que no sepa quién soy”) y un tema como Pobre duende va un poco más allá...

Muchos creen que esa letra (“Ustedes lo querían y ahí lo tienen/ miren lo que han hecho con el duende del rock/ lo han destrozado”) habla sobre Cromañón.
Para nada. Yo nunca opiné sobre Cromañón porque es un tema con tantos niveles de interpretación que no tengo ningún punto de vista: sólo lo lamento. Yo no hago demagogia desde el facilismo; ese tema es una fábula que habla del meta rock, de ver cómo el destinatario puede manipular el mensaje, de cómo algunos viejos fans no se adaptaron a los cambios que fuimos experimentando.

Creo que está emparentado con un tema de Serú Giran, Separata, que habla del hastío de tocar. Dice: “Y tal vez no tuve ganas, de verlos, de estar con ustedes”...
Es que eso es algo que pertenece al mito fundacional del rock. Hay varias canciones sobre el tema: Ziggy Stardust (de David Bowie), una de The Hollies que se llama The Clown y habla un payaso que ya no tiene más ganas de pintarse la cara… Es tétrica. El tema de la fama, de lo difícil que es ser una estrella, es común en el rock.

¿Le pasó alguna vez eso de no tener ganas de salir a escena?
No, a mí el show es lo que más me gusta. Es una secuencia de espacio/ tiempo que no domina nadie. Mientras yo vivo, todos los demás paran. En el escenario tengo una velocidad de lucidez mayor al promedio, estoy por sobre todas las personas que están ahí, acaparo la atención y uso esa atención. Sé manejar ese ambiente. Ahí arriba no se siente nada: no tenés reflexión sobre nada. Estás como en un partido de fútbol. Es puro presente: tenés que resolver sin pensar, apelás a la intuición, como un monje shaolín. El show demanda esa clase de concentración: subís y ya no tenés más nervios…

Será que le sienta bien al ego el aplauso del público
No, es patético pensar en uno. Si tenés demasiado ego, te convertís en un ser vulnerable. Hay tipos que no entienden que el ego sirve para pararse delante del escenario y proyectarse, pero luego no sirve de nada. Por eso yo no hablo mucho en escena. No bajo línea ni hago demagogia; a veces participo de un momento de euforia que evoco en el público, pero mantengo cierta distancia. Yo puedo hacer sentir vergüenza, puedo tomarle el pelo a todos… Juego con los límites del permiso moral que me da la gente. La pongo incómoda y me río de su incomodidad mientras le canto.

Juega al fleje, al límite: o da una imagen andrógina o está ahí nomás del obseso sexual.
Mi tema es cómo introducir el cambio. Desde el primer disco tratamos de introducir la idea de la subversión para el cambio. En todo caso yo soy un subversivo de la cultura. Puedo parecer banal, pero tengo una idea poco inocente. Creo que las canciones son gérmenes o virus que fluyen sin restricción en la cultura masiva de los medios. Las canciones transportan ideas, disfrazadas con palabras, y esas ideas se van internalizando… (¿Un fenómeno de teleportación nos depositó en la Selva Lacandona? Porque el subcomandante Dárgelos parece estar a punto de lanzar un comunicado.)

No me va a decir que sus letras (ejemplo: “Todo lo que pueda arreglar hoy lo dejaré para mañana”) transmiten la revolución.
Yo creo que estoy en la transmisión de la revolución. Hay un montón de carga política en mi obra y en mi discurso. En el 98, yo hablaba del peronismo bonaerense o del menemismo… No soy tan obvio, pero ¿vos creés que la revolución va más rápido como la dice Iván Noble?

Creo que hoy por hoy ni Silvio Rodríguez nos acerca a la revolución.
Mirá, en un momento yo me llegué a plantear que la revolución es el cambio para esta estructura perimida de pensamiento judeocristiano racionalista capitalista, pero de hecho eso está en decadencia. ¿Y si resulta que este sistema cultural inventó la revolución como placebo, como una idea que ayuda a no cambiar nada?

El viejo gatopardismo… Pero en ese esquema, nada más funcional para que nada cambie que el rock and roll, la rebeldía domada.
Por supuesto. Pero a lo que voy es que tal vez la forma de cambio sea mucho más trágica de lo que entendemos por revolución, mucho más agresiva e inmanejable. Quiero decir que si uno entiende que la cultura es como un organismo vivo, se la puede manipular. Si vos le metés ideas que parecen aceptables y son caóticas…

Lo veo venir: va a terminar en la teoría del caos y en la entropía.
Exacto. Las ideas que uno contrabandea pueden provocar una disfunción en los sistemas entrópicos al cambiar estructuras de pensamiento. Por eso, las canciones tienen que contener determinados márgenes de incorrección moral que no sean burdos, que estén en el subtexto de la canción, así en unos años la gente empieza a pensar así. Eso es lo que hizo el rock en mí. Yo escuché canciones y unos años después ya pensaba como como el rock me había enseñado a pensar. Yo quiero que mi obra sea como la de Leonardo Favio, tiene que estar al alcance de todos.

Favio le cantaba al amor pero terminó en un palco en Ezeiza esquivando tiros y gritando: “Viva Perón, pero no tiren, compañeros”...
Yo no voy a pedir que agarren un fusil para matar a los diez más ricos, pero sí llamo a subvertir. Muchos que sólo tienen discurso progre no hacen más que ganar millones. Babasónicos no hace eso: no vendemos discos con el discurso político; vendemos discos con música y dentro de esa música contrabandeamos ideas subversivas. Sería muy naive pensar que vamos a cambiar el mundo, pero algo hacemos…

Sí: le ponen al mundo una banda de sonido pegadiza, bien pop
Yo no creo que seamos pop. A ver... ¿quién es más rockero que nosotros? Somos bastante locos, manejamos un delirio bastante alto. LOS BABASÓNICOS SOMOS ROCK.

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